sábado, 9 de enero de 2010

Problema de Solución Única

Tres Pequeños Pájaros ayudan a una mente enferma de raciocinio a tachar una lista de tareas escritas sobre papel mojado. Le traen jugosas ramas de una yerba cuando menos alucinógena. Muerden con sus picos horas de minutos "matusalénicos" y espolvorean con un rítmico aleteo un bienestar indescriptible. Repiten una y otra vez, "No te preocupes, sientete bien. Canta con nosotros esta canción". Y eso es exactamente lo que después haría. Porque con el tiempo girando en torno a sus dedos, son sus pulgares los que adelantan acontecimientos y son sus yemas pegajosas las que impiden que llegue ese espejismo llamado felicidad. Pero finalmente toca a la puerta a golpe de pulmón. Todos saben que no ha venido para quedarse, por eso ríen a carcajadas y disfrutan del momento. Es entonces cuando nada tiene sentido y ella juega el papel de mente demente. Se le olvidan palabras como disciplina, obligación, despertador, pasado y futuro. Y como ahora llora de alegría cree no haber llorado nunca de tristeza, de impotencia, de agobio. No recuerda las lágrimas en las que ayer flotaba un sentimiento de decepción que le quitaba el aire. Aparentemente no ha pasado el tiempo pero en el calendario hay dos nuevos días emborronados en rojo. Sin embargo, ella sigue tirada en el sofá, sangrando neuronas; un viscoso y asqueroso fluído gris lleno de tropezones portadores de inteligencia. Ajena a lo que está pasando, levanta otra vez la mirada y busca a los Tres Pequeños Pájaros. Su cara lo dice todo. Un pánico desmesurado la controla. Aparta el humo como puede y grita como una yonqui sin su dosis: "¡¡¿¿Dónde coño se han metido esas putas palomas??!!"... pero no eran palomas ni mucho menos. De hecho, ni siquiera existían. No existían...

No existían...
No existían...
No existían...
No existe... como tú la quieres no existe... la quieres pero no existe... no existe... no existe... no existe... así la felicidad no existe.

Y de repente, se apagó la luz tras un fuerte estruendo. Era mi momento. Como narrador de esta historia tenía que asumir la responsabilidad de sacar a la protagonista de la enorme mierda en la que se había metido.
Arranco el edredón, grito hasta rasgar mis cuerdas vocales, quito la ceniza y las legañas que oprimen esa valiosa masa gris. Pero ella sigue en sus trece y no me escucha. Se enciende otro cigarrillo y toma el que cree ser el mejor café de su vida; le dará fuerzas, la hará activa y útil. Burda mentira. No se da cuenta de que confía en otra sucia aunque aceptada droga para salir del zulo en el que se ha metido. Empiezo a desesperarme porque sigue sin escucharme. Estoy quedandome sin voz. Su cuerpo le tapa los oídos. Harto la pongo de pie, la abofeteo y la agito hasta que me mira a los ojos. Noto una mirada casi muerta, unos ojos rojos de tanto llorar y unas pupilas tan dilatadas como una vajina a punto de dar a luz. Agarrándola de la mandíbula le digo claramente que no se preocupe, que vale mucho y es capaz de todo, que se autoconvenza y saque fuerzas de donde pueda, que se motive, y sobre todo, que haga de la disciplina su única compañera de viaje. Porque sé que ella quiere vivir así aunque sea más costoso, aunque la mochila que lleva sea más pesada. Es cierto que anda sobre asfalto y que es peregrina de caminos demasiado largos. Todo esto es cierto, tan cierto como que vida solo hay una y es para disfrutarla como mínimo al cien por cien. Ella dice haberme entendido y yo finalmente ladro una frase más que lapidaria:

¡¡¡Entonces no me jodas y hazme caso de una puta vez!!!


l u i s c a

1 comentario:

  1. pufff demasiado gráfico como para permanecer indiferente... "...unas pupilas tan dilatadas como una vajina a punto de dar a luz", impresionante. Pese a la realidad plasmada, que es la que es, creo que hay noxes mágicas que no merecen tacharse de "caídas fáciles a la inconsciencia y el ocio gratuito"... quiero creer que una droga se mide no por sus efectos científicos, sino por cuantas puertas nuevas se abren en la mente que las paladea... pero de eso hablaremos más tarde

    A.Díaz

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