jueves, 22 de julio de 2010

La misma Luna, el mismo Sol.

Si el mundo merece la pena o no,
qué sé yo,
ni lo inventé, ni lo domino,
ni jamás lo entenderé.

Sólo sé que hoy,
tras algo más de veinte años vivo,
me alegra estar donde estoy;
a mil kilómetros de distancia de donde quisiera,
cansado y alegre,
triste y nublado,
qué bueno poder ver esta noche la Luna,
mañana, quizás, el Sol.

Y el mar, y las estrellas,
y las aceras llenas de cucarachas,
y el desconsuelo, también las noches en vela,
la espera del final que no llega,
el amanecer camuflado de mediodía,
los tímidos silencios, las atropelladas palabras,
los acentos, las patrias, las banderas,
los tipos serios, las niñas buenas,
la calidez de ciertos rostros, lo arisco de otros tantos,
la mirada extraña, el reír sincero,
la muerte en cada esquina, la vida en cada cuna,
las forasteras, los extranjeros,
la complicidad de los te quiero,
el dolor de un hasta luego,
lo devastador de un adiós.

Qué bueno sentir aquello y lo otro,
vivirlo intensamente propio,
y a la vez ser un extraño ajeno,
latir ausente y sentir presente.

¿Qué es la vida?
Y qué sé yo.
Probablemente un andar triste y sombrío,
mas perdónenme la indiscreción,
y que me alcancen la pena, la desgracia y la misma muerte,
con buen humor;
fue bonito mientras duró.


A. B.

miércoles, 14 de julio de 2010

Boquilla de Cartón

Respirar en mi burbuja no está mal.
Disfrutar del humo verde es genial.
Y la verdad, que sola sale,
Es lo que sustenta nuestra rave.

Y caben en mi corazón,
Las aves de nuestro balcón.
Y vuelvo a mí,
A respirar en mi burbuja de jabón.
Jabón sudado como el jamón,
Queso curado y una bolsa de cartón;

Para guardar tu aliento
Y el hueco de tu ombligo.
Y disfrutar,
Y respirar,
Y navegar en tus fluidos.
Y beberme la saliva que sale de tus rugidos.

Mi corazón sumergido,
Cazador de rubio trigo,
Protector de tu latido.
Vikingo, vikingo es tu latido.


l u i s c a


La Cisterna

Escribí renglones con la mierda que guardaba en mi almohada. El papel higiénico acumulado en el desagüe de mis problemas contaba las historias de una conciencia cansada de tanto trabajar. Un espíritu muerto colocaba los puntos y las comas. Era una fuente inagotable de historias desgarradoras protagonizadas por las dudas existenciales de mi cerebro. Era otro tiempo, otra actitud y la misma vida que llevo ahora.

Pero con el paso del tiempo, a cuestas con mi evolución, encontré perdida en altamar una cisterna vikinga fabricada en reluciente oro y llena de aguas esperanzadoras. Simplemente tuve que tirar de la cadena, y así, sin más, la mierda y el papel desaparecieron...

Desde entonces, asumo la dependencia. Me costaba enormemente andar solo. Como la tuerca y el tornillo, el sol y el amanecer, la espuma del mar, la sal y la arena. Como un sherpa y la montaña, como un perro y su ciego. Y me lo imagino todo eterno, entre colchones y sábanas: un paisaje de colores. Y de sabores. Una vida plena, familia y amigos. Una casa llena, mujer e hijos. Una mochila a cuestas, viajes y más viajes. Y perecer aprendiendo de ti y de mí, del resto.


l u i s c a

martes, 13 de julio de 2010

Una niña pasó a mi lado…

...

El día amaneció radiante. El tejado azul se iluminó con tenues pinceladas de sol que atravesaban la tierra y se perdían más abajo. En los labios del mundo pude leer una sonrisa, un beso y un “te quiero”. ¡Qué importaba el mañana si el mundo rebosaba entonces tanta luz! Debían enterrarse los pesares del ayer. Habíamos de volar alto; libres por fin de unas cadenas forjadas al abrigo de innumerables engaños. Sin embargo, ocurrió. Apenas si la vimos llegar. Cuando reaccionamos ya era demasiado tarde.
' · . . . . El cielo se vistió de negro, doliéndose en sus entrañas. La sangre brotó en nubarrones de ceniza. Sopló el viento, que avivó las llamas. De súbito, surgió la figura de una serpiente sin cabeza que articulaba, en su lugar, la mano de una mujer… balanceándose con melódico compás por entre la espesura gris. Un instante después, descendía furibunda hacia una muchedumbre sumida en lágrimas. Pobres hombres; inmóviles, sin salida. Esperando una señal del cielo que les condene por fin a no padecer más. La criatura no vaciló. Sus dedos deshicieron por entero las sonrisas, desnudaron cada beso para verlo morir de frío, y separaron para siempre a aquellos que vivían en un frágil “te quiero”.

…Todo fue un sueño y, sin embargo, juro que fue real.

La Vida es una joven consentida que disfruta con un juego que apenas conoce. Alguien debió darle las instrucciones equivocadas, o, sencillamente, jamás hubo regla alguna. Todo: los instantes en que huimos, las palabras que no supimos escoger bien, los silencios incómodos, y otros tantos desastres humanos, obedecen ciegamente al obsceno guiar de una mente fría, arraigada en los insensibles y deshumanizados páramos del infinito.

Ofrece a una niña un vestido nuevo y florecerá una princesa. Regálale el cuidado de los hombres y se creerá Dios.

Me duele saberme tan vacío, tan inútil y cobarde. Grito para no oírme por dentro. Hace mucho que perdí la palabra, mi palabra… Ahora hablo en nombre de otros. Cada día que pasa, parece más claro que camino por un sendero de ilusiones que me pierde sin remedio. Por el día espero agachado a que llegue la noche. Entonces, me castigo recordando el pasado, mientras suena la marcha fúnebre que alguien compuso para mí.

El niño observa desde la esquina cómo un anciano intenta cruzar la calle. De un salto, corre en su ayuda viendo los torpes gestos de aquel fosilizado espectro... Al llegar junto a él, se detiene y espera. Lo hará por siempre: el hombre ha muerto.

Ella puede ver… contempla todo y a todos. El resto vaga a oscuras por un terreno asesino que jamás oyó hablar del hogar. Como una niña, acaricia cada figura con delicado gesto. Desconoce por qué le fascinan esos ojos tan brillantes… tan vivos. Como una princesa, decide someterlos y los obliga a obedecer. Como un dios, resuelve acabar con un estúpido juguete que se pudre por desuso. Inventa el Tiempo, y deja que las horas eleven la agonía de los hombres hasta hacerles perder la razón.

Una niña pasó a mi lado y me pidió un vestido nuevo. Apenas si me detuve a escucharla… Seguí caminando y, a cada paso, se fue desvaneciendo el eco de su llanto.