lunes, 28 de septiembre de 2009

Razón de ser

A veces, uno se asquea de su propia vida. De lo que ve y le rodea. Uno es débil y no está hecho para nadar en aguas turbulentas, y no hay nada más turbulento que la sociedad en la que vivimos. Una sociedad que vive más para el hablar por hablar que para el obrar. Una sociedad que vierte sus habladurías en temas del todo profundos: véase las vestimentas góticas de las hijas del cabecilla de turno, del cabezón inoportuno. Una sociedad que se embriaga cada fin de semana en los licores del jolgorio, para chapotear, moribunda en su propio vómito, el resto de los días. Una sociedad que apesta y de la que soy cómplice. Apesto.

“¡Vaya, pues sí que se ha puesto trágico!”, dirán algunos. Y sí, trágico resulta, a veces, esto de vivir. Y digo a veces y no siempre porque si fuese siempre uno ya habría puesto fin a eso que llaman “vida”. Valiente ironía.

A pesar de todo, hay motivos para levantarse y respirar cada día. Uno de estos motivos no es otro que la lucha, y cuando digo lucha no me refiero a conflictos armados. Las guerras siempre estarán perdidas. Me refiero al constante esfuerzo que supone hacer del suelo que pisamos un sendero más transitable para nuestros hermanos de VIDA.

Aunque no creo en vidas eternas, algo me quemaría por dentro si me despidiese de este mundo con deudas pendientes. Todos tenemos, como poco, una deuda pendiente. Debemos ojos a los que no ven, oídos a los que no oyen, techo a los que se mojan, comida a los que no comen, perdón a los que se equivocan. Compañía a los que están solos.

Saldemos pues nuestras deudas, y entonces sí, seamos libres para decidir que hacer con nuestras tristes vidas.


A. B.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Desmitificando el mito

Cuando una especie toca a su fin

¿Hay alguien ahí? La pregunta roza lo absurdo y parece bien simple… casi pueril. Más aún, cuando se intuye que la respuesta será un rotundo “no”. La cruda, sangrante y hedionda realidad, es que, queramos o no, hace mucho que perdimos la guerra. No hablo, por supuesto, de conflictos violentos que a nadie importan, como las guerras olvidadas de África que cada día desangran y empobrecen más el país (ocurren tan lejos que rara vez llega hasta nosotros el ruido de los disparos). Les hablo de algo mucho más serio; quiero evocar a nuestra prostituida dignidad. Una virtud que vendimos por muy poco en un trato del que todos salimos perdiendo. Derrumbado nuestro más preciado tesoro humano, la siguiente torre que cayó derruida fuimos nosotros, la sociedad. Lo cierto es que me asquea el cenagal humano en que vivimos y del cual me hago por completo partícipe, si no culpable. Las cúpulas del poder se atiborran de una potestad robada, que ensancha sus barrigas; llenas de promesas por cumplir. Cualquiera en su sano juicio hubiese apretado el gatillo contra las sienes propias, deseando tan sólo no errar el tiro. Pero nos hemos vuelto todos locos. La demencia nos lleva a enfangarnos en nuestras propias heces demócratas. Nadie se siente seguro fuera de esta cloaca humana. Las jóvenes promesas no pasan de ahí. Deambulan por la vida vociferando consignas revolucionarias que nunca llevan a la práctica. Prefieren invertir el tiempo en noches etílicas y viajes psicotrópicos por el fantástico país de Nunca Jamás. Y efectivamente, nunca jamás respiraremos el control de la vida. Las decisiones propias chocarán irremediablemente con los designios divinos de la política. Una praxis elitista que convierte a una minoría despótica en verdugo de la masa animal que constituimos el resto. Hace mucho que nos condenaron a muerte, pero en lugar de rejas nos encierra nuestra propia ignorancia… ajenos a la carta que pronto llegará diciendo “es el día”. Deberíamos detonar la civilización que un día construimos, y que poco después corrompimos por completo. Pero una acción que tanto hemos perfeccionado como el exterminio y evaporación de lo ajeno, se vuelve harto complicada cuando el objetivo es la herrumbre decrépita que cada uno constituimos. Será pues el propio devenir cósmico, el que nos saque a patadas de la existencia. El mundo, por fin, acabará vomitándonos fuera de los hilos de la historia. Nos enterrará y se jurará a sí mismo: “Esto nunca ha pasado”.

A. Díaz

jueves, 24 de septiembre de 2009

San Pedro

El agua, a modo de chorro, te traslada al 'nirvana'. Dulce y transparente da vida, limpia y purifica los cuerpos que llevan almas drogadas de paz y otros excesos. Es testigo de conversaciones libres y de sonrisas no forzadas.
El hombre y la mujer, desnudos, son igual de animales que los gorriones, los perros o los gatos, aunque a diferencia de estos últimos, nosotros recogemos la basura y ellos la desparraman. Las mariposas se posan...
El agua, a modo de ola, te deja nuevo. Salada y transparente da vida, pero a los peces. Es espuma y algas, algas y barro, un barro lleno de magia que refresca cada uno de tus músculos. Tiene ligeros toques afrodisiacos que te provocan, cuando uno está repleto, una catarsis cuyo orgasmo se escapa de lo terrenal. Se está agusto, muy agusto...
La gente, a modo de historias andantes, te completan poco a poco. Con vidas amargas y transparentes, enseñan al visitante la sabiduría ganada en un combate a vida muerte, en muchos casos, con la droga. Una botella de vino no cambia el pasado pero si ayuda a perderse en un mejor presente. Las razas se unen, los países también y la única droga por la que se paga es por el ácido. Gallo viejo hace buena sopa y viejo esloveno se convierte en mochilero con el fin de llegar a Santiago. Una mañana de pesca tranquila, un baño desnudo y una vida tan rota que se llena de grandeza. Los canapés se toman a medianoche y nieva a la luz de un mechero en pleno verano. Las estrellas sonríen más que nunca y "el carro" se esconde entre luces que se mueven muy despacio.
El hombre de las dos garrafas vacías pero con el cerebro lleno de psicodelia mira al cielo huyendo de su paranoya. Los elefantes rosas, es decir, nosotros, no podíamos parar de reír al ver a semejante 'compadrito' quemado por el sol. El cuerpo le andaba desacompasado con el alma...
Un picoleto borracho y loco y un francés pintor, el encantador de noches en llamas, el último romántico. Latas de conservas, jabón lagarto, letrinas naturales y letrinas de madera, las algas, la mula, el castillo, la casa de la música, los hogares de piedra y arcilla, la yerba, la fabada y el cocido madrileño. El pacharán. El chocolate. Las tres francesas, es decir, dos austriacas y una holandesa. El camino de ida y el camino de vuelta, los días y las noches, las tardes bien organizadas de fuente y playa, el aloe vera y la leche de los higos...
Los amigos y los momentos junto a ellos, las conversaciones que atrapan y las que enseñan, las risas y las risas, la paz y las mentes abiertas...
... vidas alucinantes que dejan huella, personas valiosas sin cosas que valgan mucho.

l u i s c a



miércoles, 23 de septiembre de 2009

Malformación poética

El dinero no da la felicidad,
la pobreza tampoco.
El sexo no da la felicidad,
el celibato tampoco.
La compañía no da la felicidad,
la soledad tampoco.
La felicidad ni se da ni se quita, tampoco se presta o se pide prestada. No puedo afirmar que exista como algo eterno, pero tampoco quiero pensar que estemos destinados a tocarla con la yema de los dedos. Intento luchar casi todos los días, quiero agarrarla fuertemente y guardarla en mis bolsillos, pero no puedo porque la felicidad ha de ser compartida.
En esa lucha constante encuentro los billetes de ida para un largo viaje que tiene mejor destino que la ciudad de Oz. El equilibrio y el esfuerzo, pueden comprar ese billete. También la constancia y la transparencia.
Los retos hay que superarlos, las metas hay que alcanzarlas y la familia y los amigos no perderlos por el camino. No quiero ser Pulgarcito y tirar migas de pan con el fin de alcanzar cualquier objetivo.
Hay que llegar al sur sin perder el norte. Hay que amar a uno sin odiar al otro. Hay que ser conscientes de nuestras circunstancias y actuar en consecuencia, disfrutar con poco consiguiendo mucho y volar muy alto tocando el suelo. Quemarnos con el asfalto y conocer la realidad...

...droguémonos de optimismo...

l u i s c a

martes, 22 de septiembre de 2009

A cuatro manos: Vaivén

Vaivén se llamaba un niño que nunca supo donde iba. Vaivén le llamaban y él no dejaba primero de ir y luego de volver. Vaivén un día quiso parar, descansar de su ir y venir. Vaivén se propuso ser pieza fija y no móvil. Vaivén era frágil y se abrazaba a la primera mirada que lo arropaba. Vaivén intentó no ir más de acá para allá. No fue fácil, pues su condición era la de chico mensajero, y todos le llamaban: “niño, toma este paquete y llévaselo a fulanito”.

Un día le dijeron: “Vaivén, ven, quiero que lleves a ésta, mi vida que muere, al cielo”. Vaivén se puso muy nervioso pues era la primera vez que transportaba una vida. “Pero yo, señor… yo no puedo”. “Tranquilo, muchacho, es la vida de un pobre desgraciado. No pesará más que unos harapos. Preséntame a Él, nuestro Señor, y dile que me entrego”.

Vaivén, tembloroso, cogió la vida de aquel hombre y apenas si pudo levantarla un palmo del suelo. Entonces, el hombre se llenó de tristeza. Empezó a llorar desconsoladamente pensando que si el mejor mensajero del pueblo no era capaz de llevar su vida al cielo nadie lo conseguiría. Pero Vaivén, que era un chico inteligente, le devolvió su vida y le dijo: “¿Sabe qué Sr. Afortunado?... su vida es tan pesada y tan valiosa como su propia fe. Usted que cree en algo y no tiene miedo a la muerte es el señor más afortunado que en mi vida he conocido…”.


J. Milnov

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Sombras

No entiendo de patrias,
de colores nacionales
o banderas.
Tampoco me han gustado nunca las fronteras.

No creo en la superioridad de las razas,
de ninguna.
Me entristece el hambre del sur
y me entristece la falta de entendimiento del norte.

Me hunden las mañanas sin esperanza
y me asfixia el aíre enrarecido de una sociedad
corrupta de egoísmo.
Soy asesino cómplice del “todo va bien”.

Me gustaría no tener nombre,
volar siendo sombra
y brillar antes de llegar al final.
Somos una estrella fugaz.

Estoy dejando de creer en el bien y en el mal
para creer en las miradas y en los profundos silencios.

Creo en la libertad pura sin contaminar,
creo en ti, vida,
y creo en ti, muerte:
algún día me alcanzarás.


A.B.

martes, 15 de septiembre de 2009

Placeres humanos: ensayo primero

Las personas, y no sé si el resto de animales también, tienden a relacionar de manera inmediata las palabras placer y sexo. Por un lado, es lógico porque el placer sexual es el más salvaje y deseado de todos los placeres y el que nos hace más animales de lo que ya somos. Pero por otro, es injusto porque su significado es tan variopinto que solamente con lo referido al sexo queda incompleto.
Pero si al sexo le añadimos dormir, comer y descomer, nuestra vida quedaría tan llena de placer que viviríamos angustiados al no poder comunicarnos con nuestros semejantes, ya que cada una de nuestras palabras sería igual que un orgasmo. Gemir no es hablar. Esto dificultaría un poco las cosas.
Bueno, volviendo al tema, dormir. Dormir es grandioso, magnífico, es brutal, y al igual que el sexo, hay varias formas de hacerlo. Uno puede dormir 8 horas, puede dormir 18, puede dormir de noche o puede dormir de día, puede hacerlo desnudo o con pijama, solo o acompañado, pero siempre tiene que levantarse sudando, con la espalda empapada y con la sensación de que cuando el se acostó las cosas eran totalmente distintas. Abrir los ojos y pensar, “¿cuántos días llevo durmiendo?”…
Comer es distinto, es más intenso, más fugaz, es algo del momento. Es un placer más sensitivo, entra por el gusto y llega hasta el cerebro dónde es acogido de manera muy hospitalaria. Es como oler una rosa o el aliento de alguien que mastica chicle de menta. Sin embargo, como los anteriores, es un placer que tiene un resultado final: la satisfacción. Esto es cuando después de habernos comido un plato de macarrones con queso gratinado, 2 chuletas con huevos fritos y patatas, 4 vasos de gazpacho y unas 5 ó 6 mandarinas... nos golpeamos suavemente nuestra hinchada barriga y decimos sonriendo: “pues sabes tú que me 'quedao' bien… un poco más y vomito pero que vamos, que ahora me voy a echar una siesta de kilo y medio que no veas…”
Por último, está el que para mucho es el más feo de los placeres, aunque yo realmente creo que eso lo dicen para no quedar mal en público porque no está bien visto hablar de las mierdas de unos y de otros. Descomer, para quien no lo sepa, es sentarse en una especie de taza gigante de porcelana y apretar las nalgas hasta perder parte de nuestro “yo” interior. Y este placer, lo bueno que tiene, es que es fácil de explicar. A más esfuerzo, más placer; a más sudor, más placer; a mayor tamaño del “yo” interior, más placer; a más tiempo aguantándose, mucho más placer…
En fin, no creo que esto sea lo que todo buen escritor sueña con escribir, pero como yo ni soy escritor, ni bueno… pues ahí lo dejo, para que como siempre, penséis más de lo habitual, que no es mucho...

l u i s c a