martes, 22 de septiembre de 2009

A cuatro manos: Vaivén

Vaivén se llamaba un niño que nunca supo donde iba. Vaivén le llamaban y él no dejaba primero de ir y luego de volver. Vaivén un día quiso parar, descansar de su ir y venir. Vaivén se propuso ser pieza fija y no móvil. Vaivén era frágil y se abrazaba a la primera mirada que lo arropaba. Vaivén intentó no ir más de acá para allá. No fue fácil, pues su condición era la de chico mensajero, y todos le llamaban: “niño, toma este paquete y llévaselo a fulanito”.

Un día le dijeron: “Vaivén, ven, quiero que lleves a ésta, mi vida que muere, al cielo”. Vaivén se puso muy nervioso pues era la primera vez que transportaba una vida. “Pero yo, señor… yo no puedo”. “Tranquilo, muchacho, es la vida de un pobre desgraciado. No pesará más que unos harapos. Preséntame a Él, nuestro Señor, y dile que me entrego”.

Vaivén, tembloroso, cogió la vida de aquel hombre y apenas si pudo levantarla un palmo del suelo. Entonces, el hombre se llenó de tristeza. Empezó a llorar desconsoladamente pensando que si el mejor mensajero del pueblo no era capaz de llevar su vida al cielo nadie lo conseguiría. Pero Vaivén, que era un chico inteligente, le devolvió su vida y le dijo: “¿Sabe qué Sr. Afortunado?... su vida es tan pesada y tan valiosa como su propia fe. Usted que cree en algo y no tiene miedo a la muerte es el señor más afortunado que en mi vida he conocido…”.


J. Milnov

No hay comentarios:

Publicar un comentario