domingo, 27 de septiembre de 2009

Desmitificando el mito

Cuando una especie toca a su fin

¿Hay alguien ahí? La pregunta roza lo absurdo y parece bien simple… casi pueril. Más aún, cuando se intuye que la respuesta será un rotundo “no”. La cruda, sangrante y hedionda realidad, es que, queramos o no, hace mucho que perdimos la guerra. No hablo, por supuesto, de conflictos violentos que a nadie importan, como las guerras olvidadas de África que cada día desangran y empobrecen más el país (ocurren tan lejos que rara vez llega hasta nosotros el ruido de los disparos). Les hablo de algo mucho más serio; quiero evocar a nuestra prostituida dignidad. Una virtud que vendimos por muy poco en un trato del que todos salimos perdiendo. Derrumbado nuestro más preciado tesoro humano, la siguiente torre que cayó derruida fuimos nosotros, la sociedad. Lo cierto es que me asquea el cenagal humano en que vivimos y del cual me hago por completo partícipe, si no culpable. Las cúpulas del poder se atiborran de una potestad robada, que ensancha sus barrigas; llenas de promesas por cumplir. Cualquiera en su sano juicio hubiese apretado el gatillo contra las sienes propias, deseando tan sólo no errar el tiro. Pero nos hemos vuelto todos locos. La demencia nos lleva a enfangarnos en nuestras propias heces demócratas. Nadie se siente seguro fuera de esta cloaca humana. Las jóvenes promesas no pasan de ahí. Deambulan por la vida vociferando consignas revolucionarias que nunca llevan a la práctica. Prefieren invertir el tiempo en noches etílicas y viajes psicotrópicos por el fantástico país de Nunca Jamás. Y efectivamente, nunca jamás respiraremos el control de la vida. Las decisiones propias chocarán irremediablemente con los designios divinos de la política. Una praxis elitista que convierte a una minoría despótica en verdugo de la masa animal que constituimos el resto. Hace mucho que nos condenaron a muerte, pero en lugar de rejas nos encierra nuestra propia ignorancia… ajenos a la carta que pronto llegará diciendo “es el día”. Deberíamos detonar la civilización que un día construimos, y que poco después corrompimos por completo. Pero una acción que tanto hemos perfeccionado como el exterminio y evaporación de lo ajeno, se vuelve harto complicada cuando el objetivo es la herrumbre decrépita que cada uno constituimos. Será pues el propio devenir cósmico, el que nos saque a patadas de la existencia. El mundo, por fin, acabará vomitándonos fuera de los hilos de la historia. Nos enterrará y se jurará a sí mismo: “Esto nunca ha pasado”.

A. Díaz

1 comentario:

  1. Bueno, bueno, bueno... esto ya va tomando un matiz demasiado periodístico pero me flipa!!!eres un grande alvaro!!!

    ResponderEliminar