lunes, 28 de septiembre de 2009

Razón de ser

A veces, uno se asquea de su propia vida. De lo que ve y le rodea. Uno es débil y no está hecho para nadar en aguas turbulentas, y no hay nada más turbulento que la sociedad en la que vivimos. Una sociedad que vive más para el hablar por hablar que para el obrar. Una sociedad que vierte sus habladurías en temas del todo profundos: véase las vestimentas góticas de las hijas del cabecilla de turno, del cabezón inoportuno. Una sociedad que se embriaga cada fin de semana en los licores del jolgorio, para chapotear, moribunda en su propio vómito, el resto de los días. Una sociedad que apesta y de la que soy cómplice. Apesto.

“¡Vaya, pues sí que se ha puesto trágico!”, dirán algunos. Y sí, trágico resulta, a veces, esto de vivir. Y digo a veces y no siempre porque si fuese siempre uno ya habría puesto fin a eso que llaman “vida”. Valiente ironía.

A pesar de todo, hay motivos para levantarse y respirar cada día. Uno de estos motivos no es otro que la lucha, y cuando digo lucha no me refiero a conflictos armados. Las guerras siempre estarán perdidas. Me refiero al constante esfuerzo que supone hacer del suelo que pisamos un sendero más transitable para nuestros hermanos de VIDA.

Aunque no creo en vidas eternas, algo me quemaría por dentro si me despidiese de este mundo con deudas pendientes. Todos tenemos, como poco, una deuda pendiente. Debemos ojos a los que no ven, oídos a los que no oyen, techo a los que se mojan, comida a los que no comen, perdón a los que se equivocan. Compañía a los que están solos.

Saldemos pues nuestras deudas, y entonces sí, seamos libres para decidir que hacer con nuestras tristes vidas.


A. B.

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